Twitter: @CLopezKramsky
Hace 25 años, en la fría noche de Año Nuevo en los Altos de Chiapas irrumpió en la escena nacional el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); recuerdo como si fuera ayer la confusión, la incertidumbre y el temor que tuvimos quienes habitábamos en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Mientras el gobierno de Carlos Salinas de Gortari nos anunciaba la entrada de México en el primer mundo y el inicio del Tratado de Libre Comercio (TLC), el subcomandante insurgente Marcos y cientos de indígenas chiapanecos nos anunciaban que ellos seguían ahí después de cinco siglos de opresión, pobreza, falta de oportunidades y discriminación.
El Ejército Mexicano respondió invadiendo medio Estado de Chiapas con tropas de infantería, retenes militares, trincheras y tanquetas; el 2 de enero, mientras los Zapatistas se retiraban a los bosques que rodean la base de la Secretaría de la Defensa Nacional en Rancho Nuevo, efectivos militares bajaban a rapel de helicópteros y aseguraban las calles de San Cristóbal. Incluso la Fuerza Aérea participó en los enfrentamientos bombardeando con aviones Pilatus las montañas del sur de esa ciudad. Quizá nunca sabremos los saldos reales, pero lo que sí sabemos es que a partir de entonces estamos obligados a tener memoria.

En este aniversario del levantamiento, el subcomandante insurgente Moisés dejó en claro que en 1994 los insurgentes del EZLN se levantaron solos para despertar conciencias y que hoy, 25 años después, siguen estando solos. Y tiene razón; por donde se le vea, la situación de los pueblos indígenas de México sigue siendo de emergencia nacional y no existen políticas públicas locales o federales que tengan como objetivo remediar estas diferencias estructurales que nos condenan a tener muchos México que coexisten pero no conviven y mucho menos son solidarios entre sí. No importa qué indicador de desarrollo se revise, en todos, invariablemente, encontraremos a la población indígena en el fondo y eso no se soluciona con discursos o con buenos deseos. Hay que pasar de la representación teatral a las políticas que sí incidan en la erradicación de la desigualdad, la pobreza y la marginación.
En sus inicios, el EZLN tuvo métodos que no fueron acogidos por la mayoría; después transitó hacia un esquema mixto de organización político-militar, para finalmente convertirse en el centro de una red de resistencia local que trasciende al plano internacional. Pero fundamentalmente, el EZLN sigue buscando el despertar de la conciencia desde y hacia los pueblos indígenas, pues su situación continúa siendo esencialmente la misma o, incluso, en algunos lugares, peor que la que sufrían en 1994.
Por ello tengo que diferir con mi paisano César Astudillo, quien en su columna de esta semana en El Universal señala que en estos 25 años ha habido avances importantes como la reforma del artículo 2° constitucional, pues en lo material las deudas con los indígenas siguen siendo enormes, y en lo jurídico-formal, dicha reforma constitucional ha sido, a la postre, un incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés de 1996 y un obstáculo para la aplicación directa de los derechos contenidos en el Convenio 169 de la OIT y en la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU. Bien exigen los Zapatistas “Nunca más un México sin nosotros”; reflexionemos.
