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Ante el resurgimiento de los nacionalismos, México no ha sido la excepción, pero con matices y salvedades que vale la pena señalar. A diferencia de los nacionalismos estilo europeo, el mexicano, encarnado en la figura López Obrador y en su reciente ascenso a la Presidencia, tiene singularidades. Los nacionalismos europeos, determinados por ciertas figuras políticas, son excluyentes, xenófobos, proteccionistas. Contrarios a la doctrina europeísta, dichos nacionalismos se sustentan en la afirmación del uno y la negación del otro. Son antiinmigración, anti derechos, anti cualquier cosa que no sea la cultura y forma de vida particulares. La mexicana, no. Nunca lo ha sido. Ahora menos que nunca. Aún antes de tomar posesión, el presidente ha hecho pública su bienvenida a una atípicamente atendida migración centroamericana.  Ha dicho que son bienvenidos y que debemos darles cobijo e incluso trabajo.

Su política económica, por lo menos lo que ha prometido, se centra en la recuperación del Estado como rector de la vida pública (y por tanto de la actividad económica), pero sin demérito del libre comercio y la inversión privada, nacional y extranjera.

Fuente: HuffPost México

Es curioso cómo los nacionalistas europeos tienen tal desprecio por la migración pobre y necesitada, pero reciben sin gestos a la migración capitalista. No tienen problema con los extranjeros que compran tierra, equipos de futbol, urbanizaciones completas, pero con quienes emigran por causas políticas, económicas o de derechos humanos, aunque sean de la misma nacionalidad que aquéllos, tienen odios y cercas y soflamas étnicas dignas de Hitler… o Trump.

No es poca cosa hablar del asunto, porque la reacción mexicana ha hecho de la descalificación del presidente un deporte diario. Su adjetivo favorito es populista, pero hay un sinfín de calificativos con los que lo han querido descalificar… claro, creyendo que con algunos de ellos realmente descalifican. Lo han llamado hasta Mesías, con lo cual no saben que lo entronizaron más aún, pero claro, la intelectualidad mexicana no sabe ni por dónde le vienen los tiros ni por dónde atajar a un rival. Con lo de populista espantaron a las clases medias y altas, sin calcular que en términos de votos no representaban gran cosa, y que le dieron los votos del pópulo con el cual pretendían insultar. El voto progresista, sumado a la campaña fantásticamente impulsada desde las cúpulas empresariales y de los furiosos emprendedores de la explotación laboral que lo etiquetaron de “populista”, le dio una mayoría impensada desde los tiempos del aparato nacional revolucionario. Así las cosas, el discurso nacionalista se elevó por encima de la doctrina liberal.

Pero este nacionalismos, insisto, es diferente. No pretende excluir, sino incluir (a quienes no han sido incluidos), no vocifera la superioridad de unos sobre otros, sino la solidaridad y aliento de los privilegiados para echar la mano a los no tanto. No alimenta el odio ni la lucha de clases, sino la república amorosa. Ruega por la justa medianía que permita equilibrar una balanza social. indignamente inclinada hacia la cancha de los ricos. Pide por el apretón de cinturón de los que tenemos un poco más a favor de quienes tienen muchísimo menos. Lo hace en nombre de la patria y del nacionalismo, pero en aras de que la nación sea una para todos; de que evoquemos la grandeza de la patria una vez que la hayamos conquistado; sin justicia social y económica, sin el mínimo reconocimiento de las estúpidas desigualdades, no sirve hablar ni de democracia ni de macro economía… mucho menos de patria.

Vecinos como somos del nacionalismo que representan las barras y las estrellas, embravecido a últimas fechas, nuestro nacionalismo es casi necesario. Ante las embestidas pueriles de la Casa Blanca, ante el fervor nacionalista y supremacista que rige en el norte, nuestro renovado amor propio tiene aún mayor importancia. Mostrar al mundo que se puede ser patriota y al mismo tiempo solidario con otras patrias, que se puede ser nacionalista sin negar el derecho de los otros y sin asumir que se es mejor que los otros es un mensaje potente y conciliador ante el encono que producen los discursos de odio y exclusión venidos desde el norte.

Este nacionalismo, el nuestro, es telúrico, rebelde, gritón… pero no excluye, no divide; antes al contrario: abre las murallas a la diversidad, las cierra al escorpión; abre la muralla a la consulta, a la tradición, las cierra a la tiranía de los mercados.

Nacionalismos que abren caminos… nacionalismo de nuestro tiempo y de nuestro lugar.