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El fantasma del fascismo vuelve a merodear a nivel mundial. En la última década, los totalitarismos de extrema derecha, que habían quedado desterrados en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, han resurgido de sus cenizas y están teniendo un auge, convirtiéndose en algunos casos en parte del Gobierno de sus respectivos países. Disfrazado muchas veces de populismo, el neofascismo ha demostrado que su retórica ya no se limita a un submundo secreto, sino que se está convirtiendo en parte del día a día de los discursos y propuestas de diversos líderes.
Si la historia no se equivoca, y seamos honestos pocas veces pasa, los extremos políticos, como el fascismo, resurgen cuando los centros pierden peso como alternativas política, y deciden moverse a uno u otro lado del espectro político. Hoy en día hay una tendencia en el crecimiento de esta polarización y una reducción del espacio de negociación.

La realidad es que la extrema derecha se está extendiendo como un cáncer, tomando el control en países como Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Hungría, Polonia y Suiza, y en el caso de Latinoamérica, Brasil, con el reciente triunfo de Jair Bolsonaro en las pasadas elecciones presidenciales. En otras naciones, a pesar de que no es la ideología gobernante, el crecimiento del fascismo es evidente, como sucedió en Francia con Marine Le Pen, en Grecia con el Amanecer Dorado, o en Alemania con la ultraderecha de la AfD que consiguió volver a entrar en el parlamento, por primera vez desde el nazismo.
Estos nuevos gobiernos y partidos empoderados de ultraderecha traen propuestas que remontan a las épocas más oscuras de la humanidad, partiendo de algunas líneas comunes como lo son el rechazo al marco democrático, radical antiliberalismo, nacionalismo, anti-inmigración, xenofobia, obsesión con la identidad y rechazo a las comunidades políticas y económicas.
Finalmente, la frase de
El fascismo crece cuando no se le combate.
Se ha hecho realidad y su efecto debe ser contrarrestado. Es necesario repensar la manera en que se combatirán estos movimientos radicales, que han reflorecido dentro del desorden global, y que amenazan los principios básicos de respeto y garantía de los derechos humanos, basando su éxito en presentar ideas antiguas, con ropajes nuevos.